Si nuestro corazón manchado está decidido a apartarse del mal, y, como el leproso del Evangelio acudimos a Jesús en el sacramento de la Reconciliación, también experimentaremos como él la eficacia de sus palabras que sanan, renuevan y reconfortan
Jesús se compadece de esas personas y le importa que reciban no solo el alimento espiritual, sino también el material. El Señor nos enseña a interesarnos por cada persona en su singularidad, con sus necesidades espirituales y físicas.
A veces sufrimos porque algunos amigos se aíslan y no quieren oír razones para mejorar su vida. Recordemos: la oración es omnipotente, Jesús lo puede todo.
"En cuanto oyó hablar de él una mujer cuya hija tenía un espíritu impuro, entró y se postró a sus pies". Pidamos una fe que supere las dificultades y que nos lleve a abandonarnos completamente en el Señor.
“Lo que sale del hombre es lo que hace impuro al hombre”. La Virgen, con su amor maternal, nos acerca a Jesús para limpiar nuestro corazón y llenarlo de contrición.